El Jardín de la Isla
El Jardín de la Isla
Es un ejemplo de jardín renacentista italoflamneco. Se accede a él a través del Parterre. Se llama así por encontrarse rodeado por las aguas del río Tajo. En su lado sur se encuentra separado del Palacio Real por una ría artificial que forma la famosa Cascada de la Castañuelas, obra de Santiago Bonavía.
El trazado del Jardín de la Isla se basa en un fuerte eje central rodeado por compartimentos rectangulares que se dividen a su vez en cuadrados; los cruces de los ejes transversales más importantes con el eje central están marcados por plazoletas con fuentes, dispuestas así en una línea recta que, simplificando la distribución del agua, forma una perspectiva efectista. Esta calle central estaba cubierta en los siglos XVI y XVII por túneles formados con moreras y enrejados de madera llamados galerías o “folías”. De esta manera se establecía un contraste entre los umbrosos espacios de las calles cerradas con bóveda verde y los ámbitos de las plazuelas inundadas de sol, sólo tamizado por los árboles, donde reinaban los dioses de la mitología. Pequeños surtidores de agua o burladeros, dispuestos en el suelo a lo largo del camino, empapaban por sorpresa al paseante, que no podía escapar de la calle cerrada.
En la Isla se reunían, por tanto, la intimidad del jardín islámico con sus fuentes bajas, la ordenación geométrico y proporcional, los juegos de agua, los espacios cerrados y las alusiones mitológicas del jardín manierista italiano, y los parterres bajos de flores a la manera flamenca, especialmente de rosas, a las que era muy aficionado Felipe II y que aquí se cultivaban para destilar aguas de olor. En 1568 se trajeron árboles de Flandes, cuando la Isla debía estar acabada en todo el esplendor de su originalidad, según el parecer de la reina Isabel de Vaiois: … ce lieu, qui est le plus beau qu’il est possible…, frase complementaria, si se puede decir así, de la que pone en sus labios Schiller en el Don Carlos: “los bellos días de Aranjuez han pasado”. La forma “clásica” del Jardín de la Isla está reflejada en las numerosas estampas de finales del siglo XVII, sobre todo las de Meunier. Dificultan la comprensión actual del Jardín “filipino” las transformaciones que en el siglo XVIII experimentó la Isla de acuerdo con los principios de la jardinería francesa: las galerías o emparrados de madera se deshicieron, de modo que el eje central quedó como una simple calle de árboles, y a sus lados los cuadros de boj recibieron trazados de bordado que, con más o menos modificaciones, han llegado hasta nosotros. Los grandes bancos de piedra o “canapés”, muy bellos pero que tanto alteran las proporciones originales de las plazuelas, son obra de Sabatini durante el reinado de Carlos III.
La ordenación de las fuentes data de 1582, pero su número y riqueza experimentaron aportes sustanciales durante los reinados del hijo y del nieto de Felipe II. Especialmente importante es la colocación de nuevas fuentes que, según Llaguno, efectuó en 1660 el maestro mayor de las obras reales Sebastián de Herrera Barnuevo.
Para pasear por la Isla, al menos por primera vez, conviene seguir la avenida central y luego volver por la terraza sobre la ría- el plano en el interior de la solapa permite ir identificando las fuentes.